Love, life y otras delicias… Decisiones que te cambian la vida Parte II

Tendemos a pensar que los atajos y fórmulas mágicas son la respuesta para llegar al éxito; a menudo vemos anuncios de todo tipo prometiéndonos resultados maravillosos, una silueta envidiable, kilos y kilos de menos en días, desde infalibles métodos para estar en forma hasta el sistema perfecto que nos hará millonarios.

Por alguna extraña razón, a todos nos gusta engañarnos… nos gusta creer que se puede llegar al éxito haciendo algo tan fácil como tomar una pastilla.

Lamentablemente, o afortunadamente no es así, no hay atajos, ni elevadores… tenemos que subir las escaleras, una por una.

En cuanto las personas empezaron a notar que bajaba de peso, me preguntaban entusiasmadas: “que has hecho???” “¡pásame la receta!” y pues la verdad es que no hay hilo negro sólo seguí al pie de la letra lo que mi nutriólogo me indicaba, y mejor aún, semana con semana me iba dando tips y educando en cuanto a alimentación se refiere.

El régimen que empecé fue muy diferente a todas las dietas que alguna vez hice, por ejemplo, recuerdo que me molestaba muchísimo que me dijeran “puedes comerte un bisteck de 200 grs” o “un filete de pechuga de pollo sin piel, desgrasada totalmente del tamaño de la palma de tu mano” (la verdad es que tengo manos chiquitas, así que en cuanto veía ese tipo de restricciones, como que hasta más hambre me daba).

Lo que no entendía, hasta ese momento y el doctor me lo explicó, es todo el daño que las harinas y granos hacen a nuestro cuerpo. Me enseñó que nuestro cuerpo no estaba diseñado para digerirlos, y mientras más refinado era el alimento, mas mal te hace. También me explicó la lógica de nuestro  cuerpo, y el hecho de “mal pasarnos” (o sea pasar más de 1 hora sin comer nada) el cuerpo lo interpreta como “hambruna” así que de inmediato se ponía a crear “reservas” = grasa = mi lonja.

Creo que dejar la tortilla fue lo que más me costó, pero tenía en la mente una meta que me ayudaba a seguir día con día… además sabía que una vez que llegara a ella, sabría como combinar los alimentos adecuadamente, liberándome por siempre de culpas y “estar a dieta” eternamente.

No voy a negarlo, hubo momentos donde sentía que ya no aguantaba… creo que el hecho de que Irving también se animara a ir al Nutriólogo me ayudó a seguir.

Conforme iba bajando de peso, el cambio no sólo iba siendo externo, sino que algo sucedía en mi interior también! Era como si una nueva Diana estuviera surgiendo del interior, una mejor y totalmente renovada. De pronto vi la vida de manera diferente, encontrar analogías con respecto al cambio de hábitos era algo recurrente.

Por ejemplo, si un día me comía un pedacito de pan (y mi régimen no lo indicaba esa semana) aunque fuera algo pequeño, influía de tal manera que esa semana probablemente no bajara de peso, aunque fuera un día, en un minuto, una decisión errónea podía echar a perder toda una semana de trabajo! Y me fui dando cuenta que así es todo en la vida, todas las decisiones que tomas, por pequeñas que sean, influyen y definen en gran medida el resultado de lo que quieras lograr. ¿Cuantas veces un día en el que te levantas tarde hace que las cosas no marchen como querías, solo porque decidiste quedarte 5 minutos más en la cama?

En los momentos decisivos traté de pensar fríamente, enfocarme y no dejarme vencer… “mmmh, ese pastelillo se ve delicioso Diana! cómelo! total… sólo perderás una semana… luego te recuperas… anda! se ve suculento!” las veces que caí, tristemente el pastelillo no sabía como imaginaba, echando por la borda todo mi trabajo, y peor aún, después me sentía inflamada y a disgusto porque mi cuerpo ya rechazaba los refinados.

Así que las próximas veces en las que la tentación llegaba, me decía a mi misma: “Diana: no te dejes engañar! Piensa en tu meta, tu nuevo cuerpo, tu salud; además seguro ese pastel no está tan bueno como piensas!” y así, daba vuelta a la página y seguía, cual alcohólico en rehabilitación: un día a la vez.

Y funcionó!!! después de 259 días, exactamente el 5 de septiembre del 2013, el nutriólogo me “graduó”… me dió un diploma muy mono y me envió al mundo real. Y así, con 14 kilos menos, muerta de miedo, emprendí el segundo viaje…

 

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